Cada día que pasa ya vamos sintiendo la brisa navideña entrar por nuestras ventanas. Los olores a canela y pino no se hacen esperar y el brillo que envuelve la época nos comienza a cautivar. Esta época suele traer consigo muchos recuerdos de navidades pasadas. Hace unos días estaba de compras y vi en una tienda unos disfraces de pastorcillos de Belén y angelitos. Recordé que todos los años a fin de semestre escolar los maestros preparaban el famoso y muy tradicional programa navideño. Seleccionaban diferentes personajes de la estampa navideña en el portal de Belén. Por alguna razón siempre me tocaba ser pastorcilla. Mi madre siempre fue una virtuosa con la aguja e hilo por lo cual me confeccionaba el mejor traje de pastorcillo de toda la escuela. Bueno al menos así yo lo veía…comprendan, es mi mamá y para mí ha de ser la mejor en todo.
Por alguna razón que luego entenderán, aquel traje de pastorcilla de falda roja y chaleco negro en tafeta satinada con adornos dorados y bastoncito que tanto amé, comenzó a incomodarme. Mientras yo crecía mi madre le seguía bajando el ruedo para volverlo a utilizar en el próximo programa navideño. Cada año era como vivir un “deja vu” ya que me parecía que aquella estampa ya la había vivido.
Mi sueño de ser algún día la virgencita María se iba esfumando a medida que se le bajaba más el ruedo a mi faldita de pastorcilla. ¿Por qué razón nunca me seleccionaban para hacer de María? Si yo tenía mi cabello largo y hermoso como la virgencita de las películas. Además yo deseaba con todas las ansias de mi corazón cargar aquel muñeco bebé que envolvían entre sabanas para representar al Niñito Jesús. Pero ¡no!…todos los años mi maestra me entregaba una cartita para ser entregada a mi madre informándole que yo sería nuevamente pastorcilla.
Los primeros años de pastorcilla yo salía en escena muy sonriente. A partir del tercero mi sonrisa se convirtió en un “pico parao” con el ceño fruncido por el simple hecho de nunca ser la virgencita María. Todos los años mami le hacía algo nuevo a mi uniforme (porque ya no era un disfraz sino un uniforme) para entusiasmarme con mi personaje. Un adornito dorado por aquí, una cintita roja por acá y así tenerme contenta. Hasta que un día comprendí la razón de mi permanencia como pastorcilla. Me habían perpetuado gracias a que mi hermosa madre se esmeraba tanto que era el vestuario más hermoso de nuestro Belén escolar. El día que lo comprendí, volví a ser una pastorcilla a mucho orgullo.
¡Recuerdos gratos navideños!
Entre otras notas deseo darle las gracias a REDfacilisimo.com por recibir mi blog a tan maravillosa comunidad. Es para mi un gran placer compartir mis aportes contando con el respaldo de ellos y tengo fe de que será una experiencia muy enriquecedora para mi.
¡Feliz Navidad y Prospero Año Nuevo a todos!
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